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jueves, abril 25, 2024
Columnas

De nuestro viejo Tres Valles

La piedra en el zapato azote de huleras y culebros.

Manuel Ábrego.

Veracruz.- Años y felices días corrió la versión de que el señor Ignacio Martínez, padre del hoy extinto cura Gabriel, había donado el terreno en el cual se asienta la ciudad de Tres Valles.

Fue una de tantas versiones acerca de ese Municipio que propalara el religioso en mención y que enredaron la Historia local. Documentos que se atribuyen al Registro Público de la Propiedad, nos indican que lo que pasó fue que le expropiaron una fracción de poco más treinta y una hectáreas.

Deben de habérsela pagado, por supuesto, si no el padre y el hijo sacerdote hubieran armado un relajo que repercutiría hasta nuestros días, pues la Santa Madre Iglesia es la política más vieja de la Historia mundial.

En apariencia, los vértices mostrados en el plano respectivo indican que uno de ellos estaba en Cuatro Caminos, en la tienda de yerbas medicinales; otro frente al bar y billares “El Torito”, y un tercero entre Aquiles Serdán y Río Papaloapan, sobre el Boulevard Presidentes.

El último vértice sería en el Panteón, cuyo terreno por cierto sí donó Don Ignacio, si hemos de creer las consejas antiguas. No fue la única superficie en donde se asentó nuestra ciudad.

Hubo otras dos que unos atribuyen a expropiaciones efectuadas a la señora Cruz Lagos de Miranda y a Joseph Di Giorgio, si bien en el plano que hemos tomado como referencia, la superficie expropiada al señor Martínez limitaba por el lado Norte con una propiedad de Salvador Neme.

Por el lado del Panteón, según el plano, limitaba con otra propiedad de Ignacio Martínez. En otro tema, se habló igualmente durante años, que la fundación de Tres Valles ocurrió en noviembre de mil novecientos siete, cuando llegó personal que construyó la vía de tren al famoso Campo Siete.

Sin embargo, y ya lo comentamos, el Señor General Don Porfirio Díaz Mori, pasó en ferrocarril antes de ese año en repetidas ocasiones, a fin de supervisar y finalmente inaugurar en enero de mil novecientos siete el tren del Istmo.

Le reconocemos al anterior alcalde, Marcos Cano Ramos, que no haya reinstalado la placa que tenía la estatua del Cura Hidalgo cuando cambió la escultura de lugar, pues los datos que en ella se consignan, no son ciertos.

¡En la torre!, dijo el buitre y siguió bailando, pero al ritmo de: “Mentira, te ha llamado la gente sin ver que te han oído, con mucha admiración”.

 

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