Sargento López Obrador
El artículo de The Economist afirma que México regresa a la década de los 1940, cuando era gobernado por los militares. Burlándose de Andrés Manuel, lo denomina “sargento”, develando su subordinación al mando de los militares
La revista británica The Economist publicó un artículo en su edición más reciente con el título que copiamos para este artículo: Sargento López Obrador. Imposible decirlo mejor. Es un artículo que detalla la realidad de México en tiempos de López Obrador. En campaña prometió retirar las Fuerzas Armadas de las calles de México y regresarlas a sus cuarteles. Una vez instalado en la Presidencia de la República ha hecho exactamente lo contrario: no sólo no retira a las Fuerzas Armadas de las calles, sino que las ha convertido en el aliado estratégico para su proyecto de gobernanza, mucho más importante que su propio partido político. Quiere imponer su pensamiento exclusivo a toda la sociedad, por las buenas o por las malas, y pretende hacerlo con el apoyo del Ejército y la Marina.
Es el modelo de gobernanza que le enseñó Evo Morales: proyecta una narrativa de ser un gobierno democrático para luego imponer decisiones y acciones que violan la Constitución, logrando un gobierno inamovible y autoritario. Es una gobernanza basada en el pensamiento único, sin tolerancia a las opiniones contrarias.
El artículo de The Economist afirma que México regresa a la década de los 1940, cuando era gobernado por los militares. Burlándose de Andrés Manuel, lo denomina “sargento”, develando su subordinación al mando de los militares.
Pero el artículo sugiere que esa relación va a terminar siendo disfuncional y destructiva para el país. Durante el actual sexenio, el narcotráfico ha crecido como nunca en la historia moderna del país. Datos refieren que el crimen controla entre el 30% y 40% del territorio nacional. El crimen organizado es un mini-Estado independiente dentro del Estado-nacional. Es un Estado armado, con dinero y dispuesto a todo. El artículo sugiere que existe un diálogo “fluido” entre el gobierno federal y organizaciones criminales.
Las declaraciones que hizo recientemente el ex embajador Landau sobre México, AMLO y el crimen organizado avalan, profundizan y reiteran lo que dice The Economist acerca de una posible y siniestra relación entre política y narcotráfico. Es un fenómeno que todo el mundo ve y que el gobierno mexicano niega.
Nunca ha habido tanta violencia en México como en este sexenio. Lo comprueba la violencia que se atestigua todos los días en los actos de intimidación, violencia o asesinato de candidatos en muchos estados de la República. Aparte de ello, la violencia y homicidios dolosos cometidos en estos años de López Obrador han llegado a niveles nunca vistos en la historia del país. Según The Economist, en 2020 se produjeron 27 homicidios dolosos por cada 100,000 personas, 6,3 veces más que en Estados Unidos que, como sabemos, no es exactamente un ejemplo de paz y tranquilidad en este mundo. Hoy se comete el triple de homicidios dolosos en comparación con el sexenio de Calderón, hace 12 años. Hoy la guerra en México es de AMLO y Morena: de nadie más.
Landau dijo que AMLO no quiere cargar con la responsabilidad de enfrentar al crimen organizado porque eso lo llevaría a desviarse de su “proyecto transformador”. Pero existe otra hipótesis: que previamente a la elección el actual Presidente pactó el apoyo del crimen organizado para acceder a la Presidencia de la República. De ahí la frase famosa de “abrazos, no balazos”.
Y, siguiendo con la misma siniestra hipótesis, ha vuelto a pactar con el crimen organizado para ganar las elecciones intermedias a efectuarse en 5 semanas. Acordaron candidaturas a gobernadores, diputados federales, estatales y presidencias municipales. De ahí que se calcula que el 20% de todas las candidaturas de Morena tienen ligas al crimen organizado y al narcotráfico.
Será el sereno, pero parece ser que AMLO seriamente fantasea con ser la balanza bonapartista entre las Fuerzas Armadas y el narcotráfico. Éstos dos últimos, armados, se miran con desconfianza, y el Presidente pretende ser el mediador para evitar demasiados conflictos abiertos entre ellos y que no se desborde la violencia. Esta idea es también en consonancia con los consejos de Evo Morales.
AMLO obviamente cree tener la fuerza política para imponer al país una “nueva” correlación de fuerzas. Según esta tesis, los poderosos ya no serán empresarios, ni capitales extranjeros, ni partidos políticos, ni jueces ni legisladores ni fuerzas sociales. No. En este nuevo modelo de gobernanza, las nuevas fuerzas fácticas serían las Fuerzas Armadas de un lado, el narcotráfico del otro y en medio el Presidente de la República. Algo así como el rol disuasivo de las armas nucleares entre Estados Unidos y la Unión Soviética durante la Guerra Fría: nadie se atrevía a disparar primero.
Según esta “nueva gobernanza”, la estabilidad del país dependerá del poderío de fuego de cada actor, teniendo a la sociedad como su rehén, sin normas ni leyes que la protejan. Ese rehén social observará desde las barreras cómo las armas definirán si hay guerra o paz. En este modelo, que analiza la revista inglesa, queda claro que el árbitro (el sargento AMLO) está subordinado a ambas fuerzas y, en última instancia, y a pesar de ser Presidente, también es rehén de la confrontación entre ambas líneas de fuego. Hasta que se funden en lo mismo.
The Economist también aborda la otra contradicción en el discurso del Presidente mexicano: la de los derechos humanos. Relata como México es el país donde más violencia se ejerce contra mujeres, niños, luchadores sociales y periodistas en el mundo. La idea de que las Fuerzas Armadas son respetuosas de los ciudadanos se desmiente a través de informes de los organismos de derechos humanos. La continua violación de los derechos humanos es tan normalizada en la vida cotidiana de los mexicanos que existe una lamentable resignación social ante hechos de represión y violación de derechos.
El nuevo papel emergente centralísimo de las Fuerzas Armadas también trae consigo la maldición del Rey Midas. Es decir, la corrupción. El incremento en sus recursos de más del 40% es alarmante cuando la prédica de austeridad de este gobierno ha reducido las funciones tradicionales del Estado más allá de su mínima expresión. Las Fuerzas Armadas, las obras mimadas del Presidente (Tren Maya, refinería Dos Bocas y el aeropuerto en Santa Lucía) y los programas de reparto de dinero son el destino del presupuesto público. No hay más.
Los militares no publican ni justifican sus gastos y la opacidad en las adjudicaciones directas es total. Por simple experiencia histórica, no se tiene que ser genial para colegir que la corrupción crece y florece en las filas de los altos mandos de las Fuerzas Armadas. Por supuesto, el resto de la opaca gestión de la 4T cae bajo la misma lógica.
Este nuevo modelo de gobernanza (Fuerzas Armadas corruptas enfrentadas al narcotráfico aún más corrupto con un Presidente cegado por el poder que cree que es el Gran Árbitro) está destinado al fracaso. Pretende hacer una recreación del modelo venezolano, pero en ese país la Tríada se consolidó después de un largo proceso de descomposición política, económica y social interna.
A diferencia de Venezuela, México es aún socio económico, político y social de Estados Unidos y Canadá vía tratados e historia, hecho que coloca al país en una situación completamente distinta a los sudamericanos. México pertenece a América del Norte, por más latino que se perciba a sí mismo. Una diferencia socialmente cualitativa es que millones de mexicanos viven en Estados Unidos, con lazos económicos y afectivos entre ambas naciones.
Por todo esto, se avecina un choque de trenes entre el proyecto del México liberal, plural, republicano y constitucionalista y el México narco-militarista y justiciero por mano propia de AMLO.
El resultado de este choque augura un final de pronóstico reservado.
POR RICARDO PASCOE PIERCE
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