El pueblo juez
El nivel de desconfianza hacia el Poder Judicial es tan grande, que los juicios han abandonado los juzgados para trasladarse al circo mediático. Todos los días hay alguien nuevo sentenciado por ese tribunal.
Propuso el presidente Andrés Manuel López Obrador al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) que, para resolver el tema de las candidaturas canceladas de Félix Salgado Macedonio y Raúl Morón Orozco, los magistrados encargaran una encuesta telefónica.
“Sería muy sencillo ahora que hay estos sistemas de teléfono, un call center, que hoy y mañana el tribunal –una empresa especializada– hiciera una encuesta y preguntara a todos: ‘¿Quieres que participe este candidato o no? ¿Se le acepta el registro o no?’”
Parece broma y sin embargo no lo es. El jefe de Estado mexicano está proponiendo que las sentencias de los jueces se resuelvan, igual que las candidaturas de Morena, a través de un sondeo.
No hay distancia entre esta barbaridad y suponer que los jueces podrían seguir igual método cuando deban sentenciar a un secuestrador, un terrorista o a un asesino serial.
Imagino la llamada:
–¿Estoy llamando al teléfono del señor X?
– A sus órdenes, soy el señor X.
–Mire, nos comunicamos de un call center contratado por el juzgado número nueve de distrito, responsable del caso Y.
–¿Y yo qué tengo que ver con ese asunto?
–No se altere señor X, déjeme explicarle: le cuento que las cosas han cambiado. Ahora los jueces no deciden sobre la culpabilidad de las personas.
–¿Y cómo deciden ahora?
–Preguntándole a la gente. Usted, señor X, salió sorteado entre los ciudadanos que deben decidir si el asesino serial del caso Y debe ser sentenciado a 70 años de prisión.
–Óigame, pero yo no conozco el expediente ese.
–No importa, usted es parte del pueblo bueno que nunca se equivoca.
–Pero a veces me equivoco.
–No sea necio, señor X. Lo único que debe hacer esta linda tarde es marcar el número 1 si cree que el asesino serial es culpable y el número 2 si no lo es. Cualquiera de las dos opciones seguidas del signo de #.
Sería formidable que esta hipotética conversación concluyera con el señor X colgando estrepitosamente la bocina. Sin embargo, vivimos en una extraña época donde creemos que los ciudadanos de a pie podemos hacer cualquier cosa mejor que los funcionarios públicos.
El nivel de desconfianza hacia el Poder Judicial es tan grande, que los juicios han abandonado los juzgados para trasladarse al circo mediático. Todos los días hay alguien nuevo sentenciado por ese tribunal.
Durante las mañaneras, López Obrador acusa sin probar, sentencia sin sanción y encarcela sin prisión. Hay días que toca pasar a la picota a los periodistas, otros a las autoridades electorales o a los gobernadores de la oposición, a los funcionarios de la Auditoría Superior de la Federación, a las empresas farmacéuticas, a los inversionistas extranjeros, a los conservadores, los liberales, los médicos privados y así un largo etcétera.
Para el presidente todo mundo es culpable hasta que él, en representación del pueblo, considere lo contrario.
El mandatario está consciente de que en unos días más el TEPJF devolverá a Félix Salgado y a Raúl Morón sus respectivas candidaturas a gobernador. También que en ambas entidades tiene Morena altas probabilidades de ganar la contienda.
¿Por qué entonces bromear con la propuesta del sondeo a través de un call center?
Sólo hay una respuesta: para profundizar el desprestigio del Poder Judicial. Si la justicia se puede resolver con un sondeo telefónico –dice el subtexto del mensaje presidencial–, ¿para qué queremos a los jueces?
No le basta a López Obrador haber subordinado a la mayoría de los magistrados del TEPJF para que voten exactamente como él instruye. Quiere además humillarlos, arrebatarles cualquier vestigio de dignidad pública.
Y frente a esta embestida los aludidos reiteran su docilidad. En vez de defender a la institución, por ejemplo, el magistrado presidente del TEPJF, José Luis Vargas Valdez, no halla cómo ser más obsecuente con los deseos del Poder Ejecutivo.
Últimamente se pasó tres pueblos, como dicen en España, utilizando sus redes sociales para denostar a los consejeros del Instituto Nacional Electoral con francas y evidentes mentiras.
Mejor ser de los que bulean instituciones –pensará Vargas– que ser buleado durante las conferencias mañaneras.
Esta misma actitud cínica gana cada vez más adeptos: jueces que se hincan, periodistas que callan, opositores que resbalan, empresarios que enmudecen, ciudadanos que miran hacia otro lado; todo con tal de no caer en las categorías sospechosas de “neoliberal” o “conservador”, las cuales sirven para apestar socialmente y sin misericordia.
Advierte el sociólogo francés Pierre Rosanvallon en su libro Contrademocracia: “los ciudadanos quieren lograr como jueces lo que consideran no haber podido alcanzar como electores”.
Una variación de esta sentencia permitiría decir: “los gobernantes quieren lograr como jueces lo que no pudieron someter a su poder insaciable”.